Marina a su hijo: Te será muy fácil morir, poco menos fácil soñar, difícil rebelarte, dificilísimo amar.
Para presentar a nuestra siguiente princesa, lo haremos
guiados por un mexicano excepcional: Carlos Fuentes. Seguro nunca la harán película
en los estudios del ratón, pero es fundamental para comprender nuestra
identidad hispanoamericana.
La historia de Malinche constituye un mito de
origen donde podemos leernos a
nosotros mismos. La vida de esta mujer ha sido muchas
veces malinterpretada. Malinche sería el prototipo de la traidora, de la ramera
que se vende al invasor, la madre de todos los males que nos aquejan. Con esta
interpretación parcial del mito no hacemos más que perpetuar la vieja idea
machista de que en el origen del mal siempre se halla una mujer: Eva, Pandora,
la mujer de Lot... Malinche. Comprender la figura de Malinche, símbolo de la
condición de la mujer, del alma mestiza y de la identidad latinoamericana, será
intentarnos comprender más a nosotros mismos.
Historia de Malinche
Nació en Paynala, (cerca de lo que hoy es Coatzacoalcos) territorio
maya-chontal tributario al imperio mexica. Hija del cacique del lugar, le
pusieron el nombre de Malintzin, que evoca a un tiempo a la diosa Malinaxotchitl,
hermana del dios Huitzilopochtli, quien sacrificará al hijo de ésta; y
Malinalli que representa el signo de peor augurio.
Malintzin quedó huérfana de padre siendo muy
niña. La madre se casó y tuvo un hijo del nuevo matrimonio, y para eliminar
cualquier disputa de sucesión vendieron a la primogénita a unos mercaderes de
esclavos. Aprovechando la madre que había muerto la hija de una esclava de la
edad de Malintzin, realizaron los funerales con gran solemnidad. Los mercaderes
a su vez, vendieron a la niña a un cacique maya de Tabasco.
Cuando aterrorizados por Cortés los mayas de
Tabasco le ofrecen 20 esclavas -entre ellas Malintzin -como presente de paz,
ella contaba con 20 años, una inteligencia y belleza portentosas y el dominio
de las lenguas náhuatl y maya. Ya con los españoles es bautizada junto con las
otras mujeres indias, y le ponen el nombre de Marina. Inmediatamente es
entregada a Portocarrero, lugarteniente de Cortés. Pero éste no tarda en
percatarse de la utilidad de una esclava que podía ser una traductora
insustituible. Las crónicas de los vencidos reflejan esta conversión de Malintzin
en Marina con impresionante patetismo:
-Y se dijo, se declaró, se indicó, se relató, se
puso en el corazón de Motecuhzoma que una mujer de aquí, de los nuestros, los
guiaba, los servía de intérprete hablando náhuatl.[1]
Es muy posible que, como cuenta la leyenda,
estuviera enamorada de Cortés, probablemente el primer hombre de quien recibió
un trato amable. Este la arrebata a Portocarrero y la convierte en su amante.
Mientras le es útil la trata con extrema deferencia, otorgando gran importancia
a su intimidad física y ofreciéndole lujosos regalos. Cuando deja de serlo, del
mismo modo que la arrebató a Portocarrero, la entregará a un soldado.
Cortés es todo ambición. No duda un instante en
mentir, sobornar o lisonjear con tal de conseguir sus fines. La traición está
en la base de sus victorias. Si no estuviéramos acostumbrados, se nos haría
difícil creer que alguien pudiera responsabilizar de la crueldad de Cortés a la
mujer que andaba con él: Parece que Marina fue la instigadora de la matanza de
Cholula ordenada por Cortés porque ella creyó que los indios estaban conspirando
contra los españoles.[2]
En 1522 Marina fue madre del primer heredero del
título de Marqués del Valle de Oaxaca: Martín Cortés. Cuando en una expedición
a Honduras que paró en total fracaso Hernán Cortés pierde gran parte de su
poder, desesperado y borracho entregó a Marina al soldado Juan Xaramillo con
quien se convirtió en encomendera en Jilotepec y tuvo una hija llamada María. A
partir de aquí poco se sabe de ella.
La mujer
En cuanto indígena Malintzin es traicionada por sus
padres, desposeída de sus derechos hereditarios, violada por su hermano y
vendida como esclava. Su condición de mujer es la de objeto que pasa de mano en
mano y se valora por su cuerpo y su capacidad de trabajo.
En cuanto mestiza la Malinche es vista como
puta, hipócrita, como traidora. En ningún momento se la considera como víctima
sino como culpable. No es vista como violada sino como la malignidad que
desculpabiliza a Cortés.
En tanto que asimilada a la otra cultura se
destacan los valores de Marina:
No es digna de censura quien por amor y
convicción fue ayuda a los que vinieron a develar una cultura para alzar con
ella una nueva forma de pensamiento y vida.[3]
Y desde este punto de vista no dejan de
reconocérsele cualidades meritorias, pero siempre detrás y al servicio del
varón.
Identidad
latinoamericana
Malintzin como realidad sociológica, racial, conformadora
de nosotros mismos, es ignorada, negada y reprimida. El indio es el otro, el
humillado, el negado, el escondido; es la debilidad, el sometimiento, la
devaluación social. Lo indígena sobrevivirá, pero oculto. Por ello no resulta
nada extraño que en el imaginario colectivo aparezcan princesas indias
abandonadas por su padre o por el amante español, encerradas en cuevas y
proclamando eternamente su tristeza. La presencia del espíritu de Malinche, la
Mocuana o la Llorona se deja sentir por todo México y Centroamérica.
El mestizo es hijo de la Malinche. El chele, el
extranjero, la cultura impuesta, son instrumento de venganza contra la madre,
contra la propia historia y geografía. La Malinche es mestiza desde el momento
en que adopta la cultura española, pero no podemos juzgarla fácilmente: ella no
puede más que odiar a su pueblo, su historia y su destino. Su hijo, el
auténtico mestizo, para huir de la violencia colonial, se ve impelido a
rechazar a la madre, tanto o más que ella lo rechaza a él por ser fruto sea de
una violación, sea de un amor burlado. El mestizo quiere ser como el padre,
pero éste no lo reconoce , ni se reconoce él como igual al padre. Esta
frustración se traducirá en una violencia y desprecio contra las culturas
indígenas mayor que la de los propios conquistadores. Violencia que se continúa
prodigando en el exterminio indígena.
Las relaciones entre indígena y conquistador no
son nunca igualitarias, por lo que la feminidad y la masculinidad se
desarrollarán en el mestizo de forma tensa. La mujer mestiza, al no realizarse
como mujer en relación con su compañero, buscará una maternidad cuantitativa.
Ante la depresión o la vejez intentará prolongar su maternidad en el cuido de
sus nietos.
El machismo en el mestizo es en buena parte la
inseguridad de su propia masculinidad. Privado de identificaciones masculinas
fuertes, se ve precisado a hacer alarde de ellas: la pistola, el uso de la
fuerza, de la violencia, las manifestaciones de poseer cuantas más mujeres
mejor, son la lucha por alcanzar la figura fuerte e idealizada del padre,
siempre odiada por ser inalcanzable.
La identidad
Tener identidad significa reconocerse personal, social,
culturalmente. El reconocimiento es la asunción o aceptación de mi historia, de
mi país, de mi ser, de mis padres, de mis posibilidades y limitaciones. Tener
identidad nos permite comunicarnos sin complejos con los demás y entendernos
mejor a nosotros mismos, nos permite ser más conscientes de nuestras
posibilidades reales y proyectarnos hacia el futuro. Si no aceptamos un aspecto
o parte de nosotros mismos nuestra personalidad individual, social o histórica
está enferma, desestructurada, sin una base firme.
Toda identidad, en cuanto es a la vez
profundización de lo dado y proyección de lo que quisiéramos ser, es
problemática. Por un lado no podemos pretender que conocemos a cabalidad lo
dado, porque como toda realidad, es amplio e inabarcable. Por otra parte, la
tarea de ir haciendo nuestro ser nunca está plenamente acabada. El problema de
la identidad siempre será un problema abierto; pero si no nos lo planteamos,
nunca tomaremos el destino en nuestras manos.
La humanidad
El mestizo nace con este ineludible sentimiento de
orfandad de Blacamán el bueno, vendedor de milagros de la realidad, cuento de
García Márquez:
¿Quién eres tú?, y yo le contesté que era el
único huérfano de padre y madre a quien todavía no se le había muerto el papá y
la mamá y me preguntó después qué haces en la vida, y yo le contesté que no
hacía más que estar vivo porque todo lo demás no valía la pena.[4]
Pero este sentimiento de orfandad es propio del
género humano.

Aprender a vivir con los otros y luchar por
aquellas estructuras económico-sociales que no traicionen lo más hondo de
nuestro ser y aspiraciones es la tarea que nos es dado llevar a cabo, si no
queremos convertirnos en "malinchistas" en el sentido tradicional del
término. "Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el
sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores".[5]
No hay comentarios.:
Publicar un comentario