domingo, 1 de febrero de 2015

Uno flor: La dignidad




En los códices Mixtecos, así como en los procesos inquisitoriales del siglo XVI aparece la historia de una mujer que refleja a muchas mexicanas, formadas en esa recia raíz que es la tradición indígena.

UNO FLOR nació en Yanhuitlán, Oaxaca, lugar que significa tapete de plumas, tierra que en el  virreinato llegó a producir seda de tal calidad que competía con la oriental.  La vida pública de esta mujer inicia veinte años antes de la llegada de los españoles. Elegida como esposa por 8 Muerte, hijo del Señor de Tilantongo, uno de los pueblos más importantes de la región, dijo: “me caso, con la condición de que 8 Muerte se venga a vivir a mi pueblo”. 8 Muerte contestó: “¡Qué necia sangre! está bien, acepto, me voy a Yanhuitlán”. Esta pareja gobernaba la región a la llegada de los españoles y con ellos negociarán de igual a igual el pacto de vasallaje con la corona española.

UNO FLOR dijo al conquistador: “si tú te quedas, yo también, esta es mi tierra, este es mi pueblo y seguiré gobernando”. Luego dijo a los Dominicos: “mis tradiciones son sagradas”, y nunca aceptó ser bautizada por fidelidad a sus dioses; pero contrato españoles como servidumbre para que le enseñaran las nuevas usanzas a su familia. Puso una capilla en su casa, donde junto a Jesucristo a quien respetaba, colocó a sus divinidades ancestrales. Por su mandato, su hijo y sucesor 7 Mono lo bautizó, recibiendo con disgusto de los encomenderos el nombre más importante para los dominicos: Domingo de Guzmán. Vivió y gobernó en el Tecpan o casa del cacique que exigió se levantara al mismo nivel que el convento dominico. Sus descendientes siguieron gobernando por cien años más.


UNO FLOR, fiel a su pueblo, a sus profunda identidad religiosa, siempre digna y de pie ante el mundo, murió segura de que su pueblo seguiría vivo en esa tierra, como hoy tantas aguerridas oaxaqueñas viven luchando por conservar sus tradiciones religiosas y una vida mejor.

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